martes, 13 de mayo de 2014

Dejar de escribir sería

Dejar de escribir
sería la forma más egoísta
de negarte al mundo,
sería como cubrir con mi edredón
el Taj Mahal,
o dibujar mariposas sobre toda la Muralla china,
-hay cosas,
que aunque tentadoras y bonitas,
hay que dejarlas sólo a los poemas-.

Dejar de escribir sería
como encontrar el camino
a la Atlántida,
descubrir el mapa del tesoro
y enterrarlo,
-matarlo-.

Hay cosas que no están hechas
para guardarse,
y aunque me duela,
es mejor reconocer que tú eres una de ellas.

Cuando hablo de ti se me llena la boca
de tanto
que necesito escribirlo
-por eso empecé a escribir:
para salvarte,
para salvarme-,
para así no olvidarlas,
porque olvidar
es lo peor que puedes hacerle nunca a nadie,
es condenarlo a ser indiferencia,
como quien saca un reloj y lo guarda
sin haber mirado la hora.

Tu mejor manera de existir
no es en poemas,
al igual que te muestras al mundo vestida,
aunque yo sé que la ropa que mejor te queda
es la que viste tu suelo
mientras tú me vistes a mí de caricias,
pero no hay otra forma
de compartirte si no es con poesía,
porque hay una parte de mí que se niega
a reconocer que tu boca
también podría besar otras bocas
que no fueran la mía.

Dejar de escribir
de igual modo, sería condenarme a mí,
condenarme a la tristeza más atroz,
a la ceguera de quien no quiere ver
o a ser la voz de un cobarde.

Los recuerdos y los sentimientos son
los únicos seres que no sufren al ser atrapados,
-escritos-,
y algunos, los más voraces,
actúan como una mañana de resaca
o como el huracán más violento del mundo,
-despiertas con las manos llenas de nada,
en mitad de ninguna parte-,
con los sentimientos ocurre lo mismo:
te dejan el corazón encharcado en lágrimas,
los pulmones descosidos
o mil plumas en el estómago que juegan al pilla-pilla,
pero también existe la resaca emocional,
-esa, que de tanto sentir,
suprime a la memoria
para dejar un huequecito más a los sentimientos-,
y se necesita algo
-en mi caso palabras-,
que corrobore el testimonio de mi nudo en el estómago
y me haga saber que no estoy loca,
que eres tú quien me hace estarlo.

Es por eso
que dejar de escribir
conllevaría matarme a mí,
matarte a ti después de muerta
-cuando ya nadie pueda salvarte-,
y matar un poquito del mundo.

Sería como robar las siete maravillas de golpe.

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