domingo, 26 de octubre de 2014

Te diría

Sólo quedan recuerdos de algo que fue como una llama
y un esperar paciente a que tus tormentas
no se lleven las cenizas.

Te diría que el olvido es algo tan tangible
como una voz o como aquellas despedidas
que se atornillaban a nuestros talones.

Te diría que el olvido es como el olor a tierra húmeda
después de una tormenta
o como unas pestañas mojadas como testimonio del llanto.

Te diría que lo que hubo de bello en la pasión
también lo habrá en el recuerdo,
que lo nuestro fueron tres mil primaveras,
pero que hasta la flor más bonita, marchita,
y explorarte se redujo a recorrerte por caminos asfaltados.

Te diría que el silencio ahora
es el eco constante de todo aquello que no nos dijimos,
de todas las veces que nos quisimos
y no nos mordimos,
de aquella paz sólo digna de quien no necesita palabras
y aún así las invoca.

Te diría que no hay dolor,
sino nostalgia,
que no hay un adiós ni una puerta cerrada.

Te diría que mi nada ahora está llena
de todo lo que antes me sobraba,
y que mi paz
sin ser paz,
me permite cohabitar más en calma.

Mi habitación se limita a ser el lugar
en el que dejo de existir por siete horas,
pero que no hay soledad
porque tampoco hay necesidad de compañía.

Te diría que mi inconformismo satisfecho
ahora es más bien un miedo latente
y que he relegado el dolor al lugar donde escondía mis deseos.

Voy alejándome, aunque no sé hacia dónde,
de la línea fronteriza
entre la desidia y la esperanza,
entre el amor y la indiferencia,
el silencio y las súplicas.
He cambiado la inestabilidad por el desconcierto,
las ansias por las dudas,
la agresividad por las lágrimas.

En resumen,
te diría que tu ausencia
se asemeja más al viento huracanado
que a la paz que reina después del desastre
porque todas mis confesiones
están conjugadas en futuro.

Te diría que me falta valor para conjugarte en pretérito.

Te digo que lo que me sobran son ganas
pero no motivos.

Como un poema de Bécquer

Había aprendido a entender tus rendiciones con trampa,
el lugar exacto de los lunares de tu cuerpo,
la cara que viene antes de una afirmación a disgusto
y tus besos de verdad y tus besos por costumbre;
tal vez la costumbre la hubiera hecho yo más que el tiempo.
Había aprendido a querer a tus fantasmas
y a odiar a los verdugos que te proclamaron débil
y que te hicieron más fuerte al precio de llevar tus miedos
como una armadura pesada.
Había aprendido, en resumen, a cohabitar en paz con tu alma,
pero la paz, soberbia, se transformó en decadencia
y ahora, saberte vale lo mismo que aprenderse de memoria
un poema de Bécquer,
porque la definición de amor nunca estuvo bien en el diccionario.