Había aprendido a entender tus rendiciones con trampa,
el lugar exacto de los lunares de tu cuerpo,
la cara que viene antes de una afirmación a disgusto
y tus besos de verdad y tus besos por costumbre;
tal vez la costumbre la hubiera hecho yo más que el tiempo.
Había aprendido a querer a tus fantasmas
y a odiar a los verdugos que te proclamaron débil
y que te hicieron más fuerte al precio de llevar tus miedos
como una armadura pesada.
Había aprendido, en resumen, a cohabitar en paz con tu alma,
pero la paz, soberbia, se transformó en decadencia
y ahora, saberte vale lo mismo que aprenderse de memoria
un poema de Bécquer,
porque la definición de amor nunca estuvo bien en el diccionario.
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