Me gustan las horas en las que es demasiado tarde y pronto a la vez, cuando sale el sol y el sueño se despierta en los párpados y abotona la garganta de quien tiene demasiado que decir y no encuentra palabras, es hora entonces de dejarse soñar con los ojos cerrados, ¿quién justamente se entrega entonces al silencio consciente de las manos?
Ya no necesitaba dormir -pensé-, ya no necesitaba matar más el tiempo. Aún así me fui porque no podía esperar a saber si mañana el mar seguiría siendo lo mismo.
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