Si tuviera que explicarle al mundo
sólo con palabras
cómo es ella,
empezaría diciendo que su pelo
es la bandera de un reino
que todavía no está descubierto
pero en el que ya habito,
sin puerta de salida pero con cientos de entradas,
que su boca sabe hablar de amor en mil idiomas
y sin ninguna palabra.
Contaría que tiene magia en sus manos,
un día metió mis miedos entre sus dedos
y los hizo desaparecer,
luego los chasqueó y se llevó también
mi ropa,
y lo que pasó después
sí fue verdaderamente mágico.
Sus caricias son, unas veces,
como el roce la ropa con el cuerpo,
otras, como la hostia que te cruza la cara
justo antes de saltar desde el puente más alto
al río más hondo
y te deja mirando hacia el camino de vuelta a casa.
Lo más difícil de explicar serían sus ojos,
mirarlos fijamente es como contemplar el sol
con la mirada desnuda durante mil horas,
quien comete la imprudencia de hacerlo
se condena a sumergirse y ver el mundo a través de ellos,
desde entonces veo flores naciendo en los bordes de las aceras
y pájaros convirtiéndose en estrellas fugaces atravesando el cielo,
pero estar con ella significa no tener que pedir ningún deseo.
Si tuviera que explicarle al mundo
cómo es,
terminaría hablando de su voz,
diría que tiene el don de convertir sus palabras en un eco
que resuena solamente en mis oídos,
para que así el mundo nunca sepa
que el secreto de la eterna juventud
reside en amar tan fuerte
que nos hagan falta más años
para hacer el amor tantas veces como el cuerpo lo soporte.
Menos mal que no tendré que explicarle nunca al mundo
cómo es ella,
porque os aseguro
que no existen palabras
para hacerlo.
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