Te libero de todas mis palabras, ya no eres noche ni sol ni luna creciente. Te libero de madrugadas en blanco, de mi ebriedad, de mi sobriedad, de mí. Te libero del primero y del único y te deseo cualquier último mejor que el mío. De mi impaciencia, mi inconstancia, la consonancia; mi consonancia. Del silencio, de la espera, de tus ganas, de mi sexo. Nuestra futurición.
Me libero de una parte de la culpa. Del silencio, de la espera, de mis ganas, de tu sexo. Me libero del primero y lo diferencio del último, los acepto y comprendo. Me libero de madrugadas en blanco, de mi ebriedad, de tu sobriedad, de mí, de ti. Me libero de la esperanza que alimenta mis dudas. Me libero del don de consagrarte y condeno una parte de mí, libero el resto, me libero.
Te liberan las metáforas y no me eximen de culpa, me señalan los caballos salpicados de océanos y quien no nació.
No hay más verdad en las palabras de la que puede haber en el discurso de quien no sabe a quién habla, para liberar primero hay que haber poseído y no me creo con derecho de escribirte en posesivos.
Yo no te libero, tú no me lees y seguirías respirando en la otra punta del mundo. Yo no tengo la posibilidad de liberarte porque nunca te consideré mía, pero me creo en la necesidad de aclarar que ninguna metáfora fue mentira. Así que yo no te libero, son tus alas que han empezado a inquietarse, por dolor o por la falta de él.
Yo no te libero, pero libérate, aunque nunca deseé para mí un final tan triste, hoy sé que en las corrientes de aire no soportarían tus plumas el peso de una ausencia no elegida.
Yo no te libero, y es lo bonito, mi amor, que nunca me necesitaste.
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