Las insinuaciones delegan el rechazo a la posibilidad de no haber sido comprendido.
Quédate conmigo una noche cualquiera hasta que el sol nos reciba a las dos con el alma desnuda, quédate como quieras, pero sé real y quédate.
Dime que no tienes miedo y que el momento es ahora, que deberíamos vivir como si fuéramos a morir mañana y que no te importa. Cánsate, dime que ya estás harta.
No me hables como un maldito autómata.
Quiérete y aprende a amarte con mis ganas, dime que te sobra todo cuando estás conmigo y aprende que la moderación es el limbo de aquellos que apenas vivieron como para poder morir.
Salta, alto, lejos, cae y establece la altura como punto de partida, nunca partas de una expectativa menor de la que te llevó a la locura.
Contigo me faltan las ganas de no ser.
Pretendo que comprendas esto, pero no a mí, comprenderme sería desvelar una incógnita que no existe, es sencillo, jamás podrás saberme, por el simple hecho de que yo aún me creo.
Lo primero que se echa del verbo echar es la hache, lo segundo eres tú, porque quiero conducirte a un lugar en el que la puerta de salida sólo sea el entendimiento de por qué quieres marcharte.
Quiérenos, aquí y conmigo.
No va dirigido a ti. Va dirigido a ti, a la que espero que nunca me sepa.
Si vas a ser,
nunca seas para siempre,
sé constantemente.
Bueno, va, seamos sinceras, desvelemos las metáforas.
Yo primero: El cielo es tus ojos.
Si te fijas aquí también tengo acentuado el "aún" cuantos más blogger habrá perdidos por el espacio de la red, patética. León, Cántabro, Andelain.
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