Desde
que te conocí, cada palabra, ha sido un intento
de
desnudarte mi alma.
Como
cada despertar entre el pensamiento de;
"Es
un día más cerca de ella" y un:
"Hoy
tampoco la podré besar".
Eres quien despierta mis instintos más básicos
y
a la vez,
mis
sentimientos más humanos,
como
la consciencia del yo; sin ti,
como
la consciencia del ti; sin mí.
Eres
como amanecer sin sueño,
que
siempre, absolutamente siempre, significa dos cosas:
que
la noche ha sido un viaje de ida y vuelta a distintas dimensiones
o
que la salida del sol anuncia algo mejor que los sueños.
Contigo siempre amanezco con ganas de comerme el mundo,
y
te como despacio, como si por ello engañase al reloj y nos diese más
horas,
como
si por ello fueses a quedarte, a mi lado, para siempre.
Y
te vas y me voy, de nuevo, cuando mi boca todavía sabe a tu orgasmo,
y
el beso de despedida invoca el recuerdo de tenerte entre mis dedos
horas
antes,
y
entonces pienso, pero nunca te lo digo,
porque
sé que es mentira:
"Si
vienes quédate mil o ninguna noche".
Aceptaría
sin duda el retorno en mi invierno
de
unas pocas primaveras.
Eres,
por si nunca te lo he dicho, la mayor paradoja de mi vida,
a
tu lado, cuando más indestructible me siento, es cuando más débil
soy.
Como
aquella tarde, en la que te fuiste después de enseñarme tu alma
y
te llevaste la mía,
y
pensé en cortarme las venas con los trozos de ese corazón
que
había latido al compás de tus caricias.
Tenemos
la mala costumbre de hacer el amor
justo
antes de marcharnos,
y
por eso tus caricias me saben siempre a despedida.
Tenemos
la mala costumbre de querernos tanto
que
ya ni la poesía puede hacer esto más bonito,
y
nos condenamos
a
matarnos o salvarnos
en
las tempestades de mis ojos
o
en el agua salada de tus labios,
pero
siempre en el mismo barco.
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